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martes, 30 de abril de 2013

Finalización de la Conferencia de Berlín

En 1884, se reunieron en la ciudad de Berlín, Alemania, representantes de catorce Estados (Francia, Imperio Ruso, Gran Bretaña, Bélgica, Portugal, Imperio Austro-Húngaro, Imperio otomano, Imperio Alemán, Dinamarca, Estados Unidos, Holanda, Suecia, España e Italia), con el fin de llegar a un acuerdo para repartir las colonias sobre el territorio africano.
Posesiones coloniales europeas establecidas en la Conferencia de Berlín (1914)
En la conferencia, se acordó que de los países asistentes, solo podían reclamar soberanía sobre aquellos territorios ocupados de manera efectiva, lo cual implica mantener un control y dominio militar permanente en la zona. Por estos motivos, Francia y Gran Bretaña fueron los más beneficiados y los que poseían mayores colonias.
Francia había conquistado Argelia en 1830 y luego, África ecuatorial Occidental, desde el Sahara hasta el Golfo de Guínea y la desembocadura del río Congo..También, controló Madagascar y otras colonias menores, como islas.
Gran bretaña expandió su imperio desde el Mar mediterráneo hasta el Cabo de Buena Esperanza, con la sumatoria de Nigeria, Somalia, entre otros.
Bélgica consiguió el control del Valle del Congo, el Imperio Alemán obtuvo Togo, Camerún, Tanganica y la actual Namibia.
Portugal dominó hacia el Atlántico las regiones de Angola, Mozambique, Cabo Verde y Guínea, mientras que los italianos conquistaron Libia y parte de Abisinia, repartiéndose Somalia con Gran Bretaña.
España no tuvo tanto éxito como los demás, aunque obtvo reconocimiento en la franja de marruecos y el Río Oro. En 1914, los único países africanos que mantenían su independencia eran Liberia y Abisinia.
En 1885, había sido el año en que la Conferencia se había cerrado satisfactoriamente determinando las colonias anteriores.

Fuente: Lorena Di Lorenzo, texto redactado a partir del libro escolar Historia (El período entre guerras), 4to año secundaria, serie Huellas, Editorial Estrada

Los importantes sucesos de 1882


Triple Alianza entre potencias centrales: 
Alemania firma la Triple Alianza defensiva con Austria y con Italia con Bismark como canciller y reinando Guillermo I de Hohenzollem como rey de Prusia y Emperador de Alemania como contrapeso ante Inglaterra, Francia y Rusia.
Inglaterra: expansion imperial en Egipto 
Egipto sufre presiones economicas y militares con las potencias, Inglaterra finalmente bombardea y ocupa la ciudad de Alejandria, luego El Cairo y destituye al ministro Arabi, Francia por el momento se abstiene.
  • En EE.UU. es condenado y ahorcado Charles J. Guiteau por el crimen del presidente Garfield. También durante este año es asesinado el pistolero Jesse James.
  • Borneo, en Oceania, es anexada por los ingleses
  • Grecia logra la anexion de la Tesalia.
  • Biográficas:
  • Durante este año mueren el cientifico y naturalista ingles Charles Darwin (1809-1882). y el escritor estadounidense Longfellow, (1807-1882).

  • Mientras nuevas aplicaciones en el uso de la hidroelectricidad permiten comenzar a eliminar la dependencia del vapor para generar energia mientras que en los EE.UU. John D. Rockefeller organiza el Standard Oil Trust.
  • Nueva Zelanda logra enviar con exito carnes congeladas a Inglaterra en uno de los mayores avances en las aplicaciones de la que se convertira en la industria del frio.
  • En EE.UU. la poblacion alcanza los 50 millones de habitantes diseminados en 38 estados.

  • En Rusia los judios son discriminados severamente en la educacion y en el trabajo, crece asi la emigracion a los EE.UU.
  • En Francia se establece la enseñanza laica en las escuelas.
  • En Inglaterra se reconoce a las mujeres el derecho de propiedad.
  • En Holanda una feminista pionera en la planificacion familiar, Aletta Jacobs, inicia el uso del diafragma como medio de control de la natalidad.

    Fuente: Suecesos en 1882, http://www.paralibros.com/

  • La revolución de 1980 y la federalización de Buenos Aires

    "El uno [Buenos Aires] gobierna, el otro [la República] obedece; el uno goza del tesoro, el otro lo produce; el uno es feliz, el otro miserable; el uno tiene su renta y su gasto garantido, el otro no tiene seguro el pan."
                                                                                                                           Juan Bautista Alberdi
    Hacia 1880 ya se habían sucedido tres presidencias sin interrupciones, aunque no sin serios problemas. Uno de éstos, sofocados los últimos bastiones federales, seguía siendo el de la capital federal. En un sentido nada figurado, las autoridades nacionales eran los invitados de la provincia bonaerense y esto producía graves conflictos.

    Hacia comienzos de 1880, cuando finalizaba la presidencia de Nicolás Avellaneda, habiendo sido elegido presidente Julio Argentino Roca, el gobernador bonaerense Carlos Tejedor fue autorizado por la legislatura a invertir dinero en armamento policial y en la milicia provincial. Detrás se encontraban sectores del mitrismo, poco dispuestos a ser relegados nuevamente del poder. De inmediato, Avellaneda exigió volver atrás con la decisión, pero no fue escuchado.

    Así las cosas, no tardó el presidente en mudar la sede del gobierno nacional al ahora barrio de Belgrano (antes fuera del ejido porteño), mientras convocó a las tropas del ejército nacional dirigidas por Roca para poner a raya a la provincia rebelde. No sólo eso, a instancias de Avellaneda, el Congreso Nacional declaró a Buenos Aires capital de la República.

    Antes de la derrota federal, capitalizar la ciudad porteña hubiese representado poner a las provincias en pie de igualdad frente a la oligarquía porteña. Pero una vez que ésta logró aplacar las resistencias provinciales y hacer suyo el gobierno nacional, no había peligro en transformar el estado de la ciudad porteña. Pero un pequeño sector de la oligarquía porteña no lo creía así. Este era el autonomismo a ultranza que representaba Tejedor, que exigiendo la constitución de un Estado porteño independiente, fue a la guerra civil, que estalló el 12 de junio de 1880.

    Los ejércitos nacionales y porteños se enfrentaron en varios puntos de la ciudad, produciéndose alrededor de tres mil muertos. Las fuerzas de Tejedor fueron vencidas y la finalmente la ciudad sería federalizada, dando comienzo a la larga hegemonía roquista en la historia política argentina.

    En ocasión de la fecha en que comenzó esta guerra civil, recordamos las palabras de Juan Bautista Alberdi sobre la perpetua disparidad de riquezas entre Buenos Aires y el resto del país.
    Fuente: Juan Bautista Alberdi, La revolución del 80, Plus Ultra, Buenos Aires, 1964, pág. 15; en Carlos Alberto Floria y César A. García Belsunce, Historia de los Argentinos II, Buenos Aires, Larousse, 1992, págs. 183-184, www.elhistoriador.com.ar,

    lunes, 29 de abril de 2013

    La época imperialista del siglo XIX en el cine

    Afiche promocional y oficial de la pelìcula "Zulu".

    Dirección: Cyril Endfield.
    Duración: 138 minutos.
    Origen / año: Gran Bretaña, 1964.
    Guión: John Prebble y Cy Endfield, sobre idea del primero.
    Fotografía: Stephen Dade. Montaje: John Jympson.
    Música original: John Barry.
    Producción: Stanley Baker y Cy Endfield.
    Intérpretes: Stanley Baker (Tte. Chard); Jack Hawkins (Otto Witt); Ulla Jacobsson (Margareta Witt); Jame Booth (Henry Hook); Michael Caine (Tte. Bromhead); Nigel Green  (Sargento Bourne); Paul Daneman (Sargento Maxfield); Ivor Emmanuel (Owen), Glynn Edwards (Allen); Neil McCarthy (Thomas); David Kernan (Hitch) y Alain Fromager (Dominique)



    SOBRE EL INTERÉS HISTÓRICO DEL FILM


    En 1879 el pueblo Zulú se rebeló a las fuerzas del imperio británico que tomaban posiciones en el sur del continente africano y lanzó una ofensiva decidida contra las tropas inglesas en el territorio de Natal, actual Sudáfrica. Tras la batalla de Isandlwana en la que los ingleses resultan aplastantemente derrotados, los zulúes deciden acometer contra una pequeña guarnición militar británica emplazada en Rorke´s Drift y en la que la mayoría de los integrantes de la tropa eran de origen galés. La leyenda imperial cuenta que un grupo de menos de 200 soldados británicos consiguieron detener la embestida de 4000 zulés y defender exitosamente la plaza militar, provocando una tremenda masacre entre los atacantes a los que derrotaron a base de disciplina de cuerpo y a la brillante estrategia del teniente Chard, un ingeniero sin experiencia en el mando enviado al lugar a construir un puente.
     Narrado con la estructura clásica de un western, el filme cuenta los hechos desde la perspectiva de los defensores blancos, particularmente de los Tenientes Chard y Bromhead que gracias al aviso que reciben de un par de misioneros suizos, tienen tiempo de preparar la guarnición para la resistencia. La película, estrenada en 1964, fue entonces un gran éxito de público y figura aún entre las predilectas de los amantes del género bélico. Más allá de ser bastante fiel a la reconstrucción de los hechos de la batalla tal cual trascendieron en los medios ingleses, el relato carece en general de tensión y queda completamente impregnado de un tono épico imperial muy difícil de aceptar en el presente.
     Tal vez el interés histórico del filme, visto en retrospectiva, reside justamente en la exposición del punto de vista imperial que se impone aún en una situación de gran desventaja de fuerzas. En este sentido, no nos interesa analizar la veracidad de la reconstrucción histórica –un elemento siempre discutible en esta clase de filmes- sino más bien los valores en los que se asienta la representación de los distintos bandos enfrentados.
     En principio, Endfield intenta otra cosa. En las secuencias iniciales, los misioneros suizos asisten, entre perturbados y azorados, a una boda colectiva zulú que se desarrolla por medio de una danza ritual multitudinaria en la que se exhiben generosamente los cuerpos de los danzantes. Aquí se abría la puerta hacia una mirada antropológica que diera lugar al punto de vista de los africanos y se corriera de la representación simple del exotismo tribal. Sin embrago, Endfield declina por completo esta exploración y, de ahí en más, el filme se desenvuelve sin intentar darle espesor ni interés a los integrantes del pueblo zulú. En Zulú, no hay un solo personaje negro, sólo cientos de extras que se limitan a asomarse en el horizonte cual apaches del oeste y a atacar sin mayor capacidad de organización una pequeña guarnición blanca que le resulta finalmente inexpugnable.
     ¿Resulta anacrónico pedirle a un filme de 1964 una representación distinta de los pueblos africanos? Creemos que no, y vamos a fundamentar esta afirmación en dos argumentos apoyados en la propia historia del cine. Por un lado, en los buenos westerns, que evidentemente Endfield toma como referencia narrativa, los indios siempre fueron sujetos con motivos propios. Más allá de ser tratados como enemigos, uno sabía qué querían, qué se proponían y cuáles eran en general las razones del enfrentamiento con los blancos. Mencionemos sólo un ejemplo: en Fuerte apache (Fort Apache), de John Ford, realizada en 1948, queda clarísimo qué defienden los indígenas, por qué organizan sus incursiones en territorios ocupados por colonos y solados y, en última instancia, las razones históricas legítimas que sustentan su violencia.

    Pero hay un ejemplo más cercano en tiempo y ambiente que discute abiertamente con la exhibición plana del punto de vista imperial que presenta Zulú; nos referimos a Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia), la gran película de David Lean estrenada sólo dos años antes de Zulú. Para Lean, los árabes y los turcos no son simples excusas argumentales, sino sujetos históricos con convicciones e intereses claros y definidos que negocian y se mueven políticamente frente a los británicos, incluido el propio Lawrence, jugando sus propias cartas en medio de las alternativas bélicas y políticas de la hora (Los oficiales ingleses, por otra parte, son retratados sin concesiones, dispuestos a torcer las cosas siempre a favor de los intereses económicos imperiales en la zona. Engañan a sus aliados, carecen de todo heroísmo y cuando están a solas, se muestran cínicos y ventajeros).
    Renunciando a cualquier exploración interesante del pueblo Zulú, el filme de Endfield se erige en una de las muestras más consistentes de un cine imperial dispuesto a seguir narrando el mundo desde el punto de vista de los invasores blancos. El saludo final que los sobrevivientes zulúes dedican a sus enemigos, un incidente que no sucedió en la batalla y que el director y el guionista agregan como cierre a la gesta épica que acaban de propinarnos, resume a las claras la perspectiva política e histórica del filme: los zulúes son extras que se presentan como salvajes o cadáveres que se amontonan y al final… saludan a la cámara.
    Fuente: Scotti Marcelo, Zulú, Carpeta 1. La Era del Imperio (1873 1914/1918), Ìndice, Cine, www.carpetashistoria.fahce.unlp.edu.ar 


    Impresionismo y Modernidad en la Belle Époque

    COMPARACIÓN DE DOS OBRAS: GUSTAVE CAILLEBOTTE Y CLAUDE MONET

    Tal como señala Charles Harrison, en el París de la década de 1870 el concepto de arte como “impresión” se asociaba a un reconocimiento “moderno” de la condición subjetiva de la percepción o de la experiencia, vinculada a una mirada personal y espontánea. En este sentido, “impresionista” era cualquier artista que utilizara una técnica no convencional para reflejar una visión del mundo al mismo tiempo instantánea e individual. El nombreimpresionista terminó identificándose con este movimiento concreto cuando se aplicó a un grupo de artistas que, en 1874, participaron en una exposición “independiente”, es decir, al margen del Salón de pintura oficial celebrado año a año. Esa fue la primera exposición organizada por la recién fundada Société anonyme des artistes, peintres, sculpteurs, graveurs, etc., quienes solo adoptaron la denominación de “impresionistas” en la tercera de estas exhibiciones, en 1877. Entre los expositores de la primera muestra estaban Claude Monet, Pierre-Auguste Renoir, Camille Pisarro, Alfred Sisley y otros artistas a los que luego no se identificó como impresionistas: Edgar Degas, Brethe Morisot y Paul Cézanne.

    En Francia, la mayor parte de los críticos eran conscientes de que la idea oficial –la del Salón– respecto de lo que se consideraba un cuadro bien terminado estaba anquilosando el desarrollo de la pintura. La independencia y la originalidad se habían convertido en los principales valores defendidos por la crítica. En el París de 1870, la fidelidad a una impresión subjetiva del mundo pasó a convertirse no solo en la forma de medir la “originalidad” de los artistas renovadores, sino también en una condición indispensable para ser moderno. Los cánones de verosimilitud, las convenciones tradicionales y la jerarquía de géneros y temas que se manejaban en el Salón (con la pintura de historia en la cúspide) resultaban cada vez más acartonados y menos acordes a la modernización de la vida urbana.

    Si comparamos dos telas exhibidas en la exposición independiente de 1877 que toman el mismo motivo urbano –el nuevo puente de Europa, en París–, esta cuestión resulta menos abstracta. La diferencia entre la pintura de Gustave Caillebotte y la de Claude Monet (1840-1926) salta a la vista.

    1
    GUSTAVE CAILLEBOTTE, EL PUENTE DE EUROPA (1876), ÓLEO SOBRE TELA, 125 X 181 CM. PETIT PALAIS, GINEBRA

    2
    CLAUDE MONET, EL PUENTE DE EUROPA. ESTACIÓN SAINT LAZARE (1877), ÓLEO SOBRE TELA, 64 X 81 CM. MUSÉE MARMOTTAN, PARÍS

    Al momento de la exposición, El puente de Europa de Gustave Caillebotte despertó comentarios respecto de la escena representada. El cuadro más tradicional de Caillebotte nos presenta el tema (el galanteo de la pareja que camina sobre el puente) antes que el modo de ejecución, basado en la perspectiva y el claroscuro.

    En cambio, la pintura de Monet tiende a excluir cualquier tipo de interpretación anecdótica del tema en cuestión. Esta obra, realizada por medio de pinceladas gruesas y una composición poco ortodoxa (la locomotora aparece cortada, por ejemplo), no abandona la representación de la ciudad pero se nos presenta primero como superficie pintada. Este modo diferente de pintar implicó (y estuvo ligado a) un cambio importante en los modos de ver de la época. Pinturas como las de Monet continuaban el proceso de desnaturalizar las convenciones académicas y poner en evidencia la ausencia de una representación “transparente”. Menos narrativa y más visual, la pintura impresionista se volvía sobre los recursos que le eran propios: el color, el toque, la planitud. Ahora bien, uno de los problemas centrales que se plantearon los impresionistas fue cómo combinar una pintura moderna concentrada en sus propios recursos, por un lado, con la representación de temas modernos, por el otro.

    Fuente:  Isabel Plante, Impresionismo y modernidad. Comparaciòn de dos obras: Gustave Caillebotte y Claude Monet, www.carpetashistoria.fahce.unlp.ed.ar,

    domingo, 28 de abril de 2013

    San Martín y el pedido de Avellaneda para repatriar sus restos

    l 5 de abril de 1818 tuvo lugar la batalla de Maipú. El general don José de San Martín, al mando de fuerzas argentino-chilenas, derrotó en los llanos de Maipú, Chile, al ejército realista, al mando del general español Osorio. Tras esta batalla, quedó sellada la independencia de Chile. A continuación, transcribimos el discurso pronunciado el 5 de abril de 1877, en el aniversario de esta batalla, por el presidente Nicolás Avellaneda, invitando a recolectar fondos para la repatriación de los restos de San Martín. 

    "Conciudadanos: Es hoy el aniversario de Maipú. Han trascurrido cincuenta y nueve años desde el día excelso de la victoria, y tres Naciones independientes y diez millones de hombres libres pueden ponerse de pie impulsados por la gratitud, para repetir el grito con que el Dictador O’Higgins saludó al vencedor sobre el campo mismo de la batalla: “¡Gloria al Salvador de Chile!” ¿Quién era el vencedor? Su nombre, se encontraba ya inscripto en el número de los Grandes Capitanes de la Historia. La hazaña de la epopeya americana estaba ejecutada; y un año antes, el pueblo argentino había levantado sobre su cabeza, en la plaza de Mayo y bajo la sombra de la nueva bandera enarbolada por Belgrano, un Escudo con este letrero que leyó entonces la América y que ha recogido hoy la Historia: “La patria en Chacabuco al vencedor de los Andes”. Tres años después, el nombre del vencedor de Chacabuco y de Maipú volvía a asociarse a una de las escenas más solemnes en la historia de este Continente. Detengámonos para contemplarla. Lima –La Ciudad de los Reyes- la Metrópoli de las Colonias es ya libre. Están solamente representadas en su Plaza Mayor todas las instituciones coloniales. He ahí –el excelentísimo Ayuntamiento que ha custodiado durante tres siglos el Estandarte Real de la conquista, que trajo Pizarro y que fue bordado por las manos augustas de la madre de Carlos V –helo ahí abatido sobre la haz de la tierra –he ahí la Universidad de San Marcos precedida por sus cuatro colegios y los prelados y párrocos de sus setenta iglesias. Hay construido un tablado en el lugar mismo, donde la Santa Inquisición encendió su hoguera. Un hombre está de pie para hablar desde su altura y agitando el pendón de una nueva Nación, pronuncia estas palabras: “El Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende”. El nombre del general don José de San Martín subió en clamoreos hasta el cielo; y el hecho del día fue perpetrado por las inscripciones de una medalla vaciada en bronce imperecedero: “Lima juró su independencia en 28 de julio de 1821, bajo la protección del ejército libertador comandado por San Martín”. Es ésta la obra del guerrero. Su espada sólo brilló para emancipar pueblos; y representa la acción exterior de la Revolución de Mayo, saliendo de sus límites naturales, abarcando la mitad de la América con sus vastas concepciones y contribuyendo con sus generales y sus soldados a sellar la independencia de muchos pueblos. Las victorias de San Martín son los lampos de luz que circundan el nombre argentino; y mostrando sus trofeos que fueron pueblos redimidos, nos cubrimos con sus esplendores para llamarnos –Libertadores de Naciones 1. La obra del guerrero se perpetúa y se magnifica, representada por pueblos nuevos que prosperan cada día en la civilización y en la libertad. Su nombre pertenece a la historia que lo menciona entre los grandes capitanes del mundo, y es honor de la América y gloria de un pueblo. He ahí su obra encarnada en millones de hombres. He ahí su nombre encumbrado sobre uno de los más altos pedestales del siglo y resguardado contra el olvido por el juicio humano. ¿Dónde está su tumba, para que vayamos en piadosa romería a rendirle honores fúnebres en el aniversario de sus batallas? ¡¡Su tumba!! El movimiento natural del corazón enternecido y agitado por grandes y poéticos recuerdos, iría a buscarla en el fondo de ésta su América, apartando las yedras gigantescas que aprietan las piedras de los templos derruidos, en aquel misterioso pueblo de Yapeyú. Capital de las Misiones, entre las selvas impenetrables y los monumentos legendarios de la dominación jesuítica, que fueron la primera visión de su infancia! ¡¡Su tumba!! La gratitud y el orgullo querrían encontrarla en la Plaza del Retiro, de donde salieron sus famosos granaderos que vencieron en San Lorenzo y once años después en Junín, para que su gran Sombra continuara pasando la revista de nuestros soldados, a la vuelta y en la partida. Busquemos más. –Donde se durmió el sueño de la victoria, se puede dormir en paz y en gloria el eterno sueño de la muerte-. ¿Por qué no hallaríamos la tumba del General San Martín del otro lado de los Andes, al pie de la cuesta de Chacabuco, entre las ásperas sinuosidades de la roca dura, donde reclinó su frente tras de la batalla, sin orgullo y meditabundo, austero y doblemente vencedor? Mas no. La América independiente no muestra entre sus monumentos el sepulcro del primero de sus soldados. La República Argentina no guarda los despojos humanos del más glorioso de sus hijos. La reparación es inevitable. Hay justicia póstuma en los pueblos, conciencia en la historia y luz sin sombras para las nuevas generaciones. En nombre de nuestra gloria como Nación, invocando la gratitud que la posteridad debe a sus benefactores, invito a mis conciudadanos desde la Plata hasta Bolivia y hasta los Andes, a reunirse en asociaciones patrióticas, recoger fondos y promover la translación de los restos mortales de D. José de San Martín, para encerrarlos dentro de un monumento nacional bajo las bóvedas de la Catedral de Buenos Aires. Miremos más de cerca la figura inmortal de nuestro Gran Capitán. Es además el primer patriota de la América. Somos y seremos los ciudadanos de una República pacífica y al consagrar nuestro entusiasmo, no debemos desprendernos del sentimiento de nuestros destinos. Los laureles del guerrero no llenan el cuadro histórico. Un año ha pasado después de jurada la independencia de Lima. Un Congreso soberano se ha reunido en su recinto; y el Libertador de Chile y Protector del Perú se apresta a desprenderse en su presencia de las insignias del mando, abandonando para siempre la vida pública. –Oigámosle-. Va a pronunciar palabras sencillas y grandes, las más grandes que se hayan oído bajo el cielo de América, porque expresan una abnegación sin ejemplo, mezclándose al mismo tiempo en su austera simplicidad a acontecimientos inmensos. “Presencié la declaración de la independencia de los Estados de Chile y del Perú. Existe en mi poder el Estandarte que trajo Pizarro para esclavizar al Imperio de los Incas, y he dejado de ser hombre público. He ahí recompensados con usura diez años de revolución y de guerras. Mis promesas para con los pueblos están cumplidas –hacer su independencia- y dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos. La presencia de un militar afortunado, por mayor desprendimiento que tenga, es temible para los estados que se constituyen de nuevo”. Estas palabras fueron las últimas y tras de ellas se cierra la carrera pública de don José de San Martín. Eran el desenlace de un drama. Los dos más famosos guerreros de la revolución, partiendo el uno desde la Plata y el otro desde el Orinoco, habían venido inevitablemente a encontrarse sobre el último capo de batalla que les quedaba en América. “Señor, dijo el general argentino, seré vuestro segundo y pelearé bajo vuestras órdenes.” El libertador Simón Bolívar guardó silencio, y la escena histórica quedó concluida por la inmolación voluntaria del patriotismo. Las célebres Conferencias de Guayaquil han sido por mucho tiempo el problema de la historia. “Serán un día revelados sus misterios”, hemos oído todos decir, desde que hubimos sentido esas ingenuas curiosidades suscitadas por la fascinación del renombre; y cuando alguno de los testigos presenciales se ha levantado pera hablar en son de confidencia, la América entera ha quedado atenta escuchándolo. Pues bien, las revelaciones están hechos –han hablado testigos y actores y podemos nosotros levantarnos a nuestra vez para decir-. Nunca hubo tales misterios en la Conferencia de Guayaquil. No hay invisible, sino lo que fue visible del primer momento y lo que los ojos no quisieron creer, a pesar de verlo, porque era grande y portentoso. Sí, un hombre en la plenitud de la vida y bajo todo el poder de las pasiones, abdicó el mando supremo, y renunciando al Ejército que había formado, a nuevas lides y a mayores glorias, a la vida misma de los campamentos fuera de los que no hay aire vital para el que nació soldado, y apretándose el corazón, fue a refugiarse durante treinta años en el silencio como en una tumba, para que otro general más afortunado completara sin celos ni rivalidades la obra de la independencia americana. La envidia gritó –los misterios de Guayaquil-. La calumnia irguiéndose fue a buscar al héroe en las soledades del desierto. San Martín se concentra silencioso en el sentimiento de su gloria. ¿Qué valdría la palabra, si no valió la inmolación? Los años pasan estériles. Pongámonos de pie. El drama humano ya concluye. El general San Martín va por fin a hablar, no en presencia de los hombres, sino ante Dios. ¡Es él!, y se nombra. Escuchemos la enumeración de sus títulos que ningún argentino de las presentes y futuras generaciones volverá a reunir: “Yo José de San Martín, generalísimo de la República del Perú y fundador de su libertad, capitán general de la de Chile y brigadier general de la República Argentina…prohíbo que se me haga ningún género de funerales”. ¿Para qué, en verdad? Hace treinta años que sobreviviéndose a sí mismo, lleva sus funerales como una urna cineraria, dentro de su propio corazón. Pero no todo está muerto en él. La fibra humana conserva aun sus vibraciones para los cariños supremos. Ama a su hija y la menciona con palabras de indecible ternura. Ama a su patria…y le lega su corazón. “Desearía que mi corazón fuese depositado en el cementerio de Buenos Aires”. Invito nuevamente a mis conciudadanos para recoger con espíritu piadoso y fraternal este santo legado. Las cenizas del primero de los argentinos según el juicio universal, no deben permanecer por más tiempo fuera de la patria. Los pueblos que olvidan sus tradiciones, pierden la conciencia de sus destinos, y las que se apoyan sobre tumbas gloriosas, son las que mejor preparan el porvenir. Nicolás Avellaneda Buenos Aires, 5 de abril de 1877 1 Él fue el que reveló a la República Argentina el secreto de su poder y de su fuerza, dando vuelo a su genio militar en el exterior, en los momentos en que devorada en el interior por la anarquía y por las malas pasiones, apenas parecía tener fuerza para sostenerse a sí misma; y gracias a esa fe robusta que lo animó entonces fuimos redentores de pueblos; gracias a ella las banderas argentinas pasearon en triunfo la América del Sud, y salvando con muchos sacrificiosa medio mundo, nos salvamos a nosotros mismos."

    Fuente: Gutiérrez, Juan María, Biografía del general don José de San Martín, Mónica Editorial, Buenos Aires, 1945, págs. 35-42, www.elhistoriador.com.ar,

    La Guerra Franco - Prusiana

    En el libro “Out of nowhere, a History of the military sniper” de Mark Spicer, se relata el que bien podría ser primer duelo entre tiradores de precisión. Su marco histórico se encuadra en la guerra franco-prusiana, iniciada el 18 de julio de 1870 y finalizada el 10 de mayo del año siguiente con una victoria aplastante de los prusianos sobre las tropas de Napoleón III.
    Tal y como hablamos en los capítulos que les estamos ofreciendo en ARMAS sobre la evolución de los fusiles militares franceses, los galos contaban con la ventaja de estar provistos con los rifles Chassepot de calibre 11 mm, con un alcance netamente mayor que el de los fusiles Dreyse del mismo calibre empleados por los soldados prusianos.
    Spicer narra que cuando estos últimos se aproximaban a París, a finales de 1870, una unidad fue diezmada por un tirador instalado con su Chassepot en lo alto de unos edificios de los arrabales, desde donde disparaba sin asomarse nunca por la ventana. Este hecho llegó a oídos del barón Steinfurt-Wallestein, oficial de caballería y avezado cazador, que se ofreció a abatir al soldado enemigo con el rifle que habitualmente empleaba para la caza.
    Durante dos días el barón se instaló a cubierto cerca del pueblo, observando detenidamente todos los edificios, pero sin poder localizar al tirador francés, quien lograba causar, en el mismo espacio de tiempo, tres bajas mortales y un herido a los prusianos. Ante este aparente fracaso, el comandante germano ordenó al barón que se retirara de la línea del frente al final del segundo día, temiendo que él también fuese víctima del cauteloso tirador. El barón aceptó sumisamente la orden, aconsejando a su comandante que el siguiente amanecer contemplase con unos prismáticos de campo la aldea enemiga.
          Curiosidades - Duelo francoprusiano
           Batalla de Sedán. Un episodio de combate de La Moncelle, 1ro de septiembre 1870    
    Para asombro del comandante, al dirigir a la mañana siguiente las lentes sobre el pueblo observó que el cadáver de un soldado francés pendía de una ventana. Confiado por casi una semana de éxitos, se había asomado por ella la última hora de la tarde anterior para observar los cuerpos de los soldados prusianos que había abatido. El barón había aprovechando este fatal descuido, producido por un exceso de confianza ante el alcance de los Dreyse, para acertarle con su rifle de caza, un arma que el galo nunca había imaginado que podría estar apuntándole.

    Curiosidad de la guerra: El primer soldado herido fue también el ultimo soldado en morir.
    Fuente:  Duelo de Tiradores, Redacción, Noticias Profesionales, dic 3, 2009, http://www.revistaarmas.com,

    sábado, 27 de abril de 2013

    La gran inmigración en Argentina

    Desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, hombres y mujeres del mundo migraron a la Argentina de forma continua. La búsqueda de mejores condiciones de vida fue la razón fundamental por la que muchos abandonaron el viejo continente.


    Fuente: Historia de un país, Argentina siglo XX, Capítulo Nº 5, Canal Encuentro, www.educ.ar,