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jueves, 2 de mayo de 2013

La crisis de 1890 en Argentina


El repaso de la primera gran crisis de la historia económica argentina evidencia que no fue un proceso con características estrictamente locales, sino que siguió la secuencia de lo que hoy se conoce como una típica crisis capitalista, precedida por endeudamiento y sobrevaluación de activos y seguida por déficit fiscal y comercial, ambos asociados al desmanejo de las variables. Ganadores, perdedores y “contagio” internacional.


Frente a la enseñanza escolar sobre los buenos y desinteresados que habían sido nuestros líderes políticos y gobernantes del siglo XIX,  Mafalda, la genial creación de Quino, en una de sus inspiradas tiras reflexionaba sobre la posibilidad de que los héroes se dieran salteado un siglo sí y otro no.

Con esta misma lógica, empinados dirigentes de la sociedad civil argentina y con motivo del segundo centenario de la Revolución de Mayo pretendían comparar todo lo bueno que habría existido un siglo atrás, “en la opulenta y virtuosa Argentina de 1910”, con una realidad contemporánea llena de defectos y problemas. El contenido ideológico de este último mensaje es claro: hacernos creer que hace cien años existía una especie de “era de oro”, con un país pujante, dedicado exclusivamente a la producción primaria e integrado a la división internacional del trabajo, obra de la impoluta “generación del ''''''''''''''''80”.  Para evitar estos simplismos nada mejor que conocer la historia. Por ejemplo, los hechos que rodearon a la profunda crisis de 1890.



Especulación y deuda


En primer lugar hay que recordar que el endeudamiento público fue una constante. Se inició en 1826, con un préstamo de Baring Brothers que a fines de la década de los años 1880 no sólo seguía impago, sino que se había incrementado sustancialmente; la dependencia con el principal acreedor era tal que nuestro gobierno los nombró como agente financiero oficial del país en la ''city''londinense.
En particular, desde 1885 hubo una corriente importante de capitales extranjeros que permitieron un aumento considerable de las importaciones, dando una imagen de opulencia a la “Reina del Plata” y generando un ambiente de especulación con el valor de las tierras, las concesiones de servicios públicos, especialmente las inversiones ferroviarias, las cédulas hipotecarias y todo tipo de acciones. Creció la actividad bancaria y los créditos fueron la base financiera de esa especulación que tuvo su centro en la Bolsa de Comercio; Mario Rapoport (en el libro “Las políticas económicas de la Argentina. Una breve historia”, pág. 58) cita a Lucio V. López, el nieto del creador del himno y que en ese momento era el abogado de esa institución que, justificando las maniobras especulativas, manifestó: “En la casa de la bolsa todo es permitido, como en la guerra”.
Como es habitual, toda esa especulación financiera estuvo acompañada de corrupción y de actos y procedimientos que, en el mejor de los casos, bordeaba el delito. Una de las corrupciones denunciadas correspondió a la Compañía de Aguas Corrientes que tenía la concesión de la obras de sanidad en Buenos Aires y que resultó ser propiedad de la Baring.



Bicicleta


Para dar mayor liquidez al sistema, por iniciativa del presidente de la República, Juárez Celman, se dictó en 1887 una ley conocida como de los Bancos Garantidos: se autorizaba a cualquier banco a emitir dinero nacional siempre que depositaran una garantía en oro en las arcas del Estado nacional, quien les daba a cambio bonos de la deuda nacional que le servían de respaldo a la emisión monetaria. Esto fue aprovechado particularmente por los bancos provinciales para superar los crónicos déficits financieros. Como muchos no contaban con el oro requerido, lo pidieron prestado en el exterior, especialmente en Inglaterra, con lo que pudieron emitir el dinero sin problemas. Fue una de las muchas “bicicletas financieras” que se conocieron en el país. Lo cierto es que la circulación monetaria pasó de 97 millones de pesos en 1887 a 245 en 1890 (un aumento del 250%), con un paralelo aumento de los precios internos.
Simultáneamente, la deuda pública creció un 156% en la década de los ’80; los servicios de la deuda llegaron a representar el 57% de las exportaciones y el déficit público superaba el 12% del producto bruto estimado para 1889. Parecía claro que la “fiesta” no podía seguir.



Fin de fiesta


En 1890 hubo una baja en los precios internacionales de nuestras exportaciones y se cortó el flujo de capitales. El monto de nuestras exportaciones no alcanzaba a cubrir las obligaciones externas, por lo que la imposibilidad de pago no se pudo ocultar.
El Estado entró en cesación de pagos y se produjeron múltiples quiebras, en especial de bancos. La cotización de los bonos públicos disminuyó un 80% y las acciones del Banco Nacional cayeron un 90%, mientras que la devaluación del peso superaba el 78%.
Contagio
Una consecuencia inesperada de esta crisis fue que la Baring, ante la imposibilidad de pago argentina,  también entró en cesación de pagos y quiebra, lo que finalmente arrastró a la crisis internacional de 1893, que afectó especialmente a Australia y Nueva Zelanda.
Para los historiadores argentinos, en general, la causa de la crisis estuvo en la baja de los precios internacionales de nuestros productos, aunque no dejan de señalar la irresponsabilidad con que se manejó el crédito y las finanzas locales.
En cambio, la mayoría de los historiadores ingleses tienen otra versión. Enrique Silberstein (en sus “Charlas económicas”, pág. 65) cita al historiador inglés Clapham, que dice: “Una historia completa de la caída de los banqueros Baring debería tener un largo capítulo sobre la historia económica sudamericana y las políticas económicas y financieras de la República Argentina y el Uruguay, con una sección especial dedicada a sus crisis políticas y comerciales. También debería incluir una extensa y no muy amable referencia al estándar de probidad usual que en ese entonces existía en los estadistas y empresarios argentinos”. Otro historiador, A.G. Ford en “Oxford Economic Papers”, más favorable a nuestro país, sostiene que se pone demasiado énfasis en la corrupción y en los abundantes actos ilícitos de los argentinos, cuando debería prestarse más atención a la caída de los precios internacionales, aunque sin dejar de reconocer que la corrupción era muy cierta en las esferas comerciales y gubernamentales.

Es probable que haya sido una suma de factores –especialmente la oscilación de los precios internacionales de los productos primarios- pero entre los que estaba presente, con seguridad, la especulación y la corrupción, tanto de argentinos como de extranjeros.

Fuente: Humberto Zambon, La crisis de 1890 en Argentina, www.lmneuquen.com.ar,

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